—No señorita, lo digo en serio, quiero reportarme extraviado.
—¡Debería darle vergüenza! A su edad haciendo esta clase de bromas. ¡Estúpido!
La operadora colgó y el se quedó sosteniendo el auricular y sin saber que hacer.
Quiso mirar sus manos pero no estaban, simplemente no estaban.
No se atrevió a ir al trabajo en ese estado. Se sentía vulnerable y pensaba que de todas maneras le descontarían el día, pensarían que intentó engañar al sistema y lo correrían por intentar hacer fraude. Por eso decidió permanecer en casa.
Apenas eran las diez de la mañana. Faltaban varias horas para que su esposa volviera del trabajo. Se sentó en su sillón y esperó viendo la televisión.
—Vaya, al menos todavía me da hambre, supongo que eso es bueno.
Fue a la cocina y se preparó un sandwich. Tenia hambre, pero no tenía ganas de comer algo elaborado, solo quería tener algo en el estomago y sentir que masticar lo distraía.
Regresó al sillón y se quedó dormido.
—¡Ya llegué! —Anunció su esposa.
Dio un salto en el sillón pues el grito de su esposa lo había sorprendido. Por un momento olvidó su condición.
—Amor ¿Cómo te fue?
—Bien amor ¿donde estás?
—Aquí. en la sala
Ella caminó a la sala. Y lo buscó.
—Deja de estar jugando, dime donde estás.
—Estoy parado justo frente a ti.
Los ojos de su esposa reflejaban miedo y confusión.
—No entiendo, explicame que está pasando.
—No lo sé, en serio no lo sé. Desperté esta mañana y simplemente no estaba.
—El doctor ¿Que dijo el doctor?
—Oh, no se me había ocurrido hablar con el.
—¿Y entonces que hiciste toda la mañana? Dios mío. eres increíble, vamos, no te puedes quedar así.
Se subió al auto. Durante el recorrido evitó hablar o hacer ruido alguno. Se sentía como un niño regañado y decidió actuar como tal.
Después de pasar veinte minutos intentando explicar a la recepcionista el problema, lograron entrar al consultorio con el pretexto de que se trataba de una urgencia.
—Y bien señora ¿cual es su malestar?
—Yo estoy bien doctor, el problema es mi marido.
—¿Qué tiene su marido? y ¿Por qué no lo trajo? así seria mas fácil diagnosticar el problema.
—Aquí estoy doctor.
—Vaya, hasta que te dignas a hablar.
El doctor quedó sorprendido.
—¿Quién dijo eso?
—Yo doctor —dijo tímidamente.
—¡Habla fuerte! así no te escuchará el doctor. Es mi marido, está enfermo.
—No entiendo bien, digame, ¿que le duele?
—Nada doctor, en realidad me siento muy bien, solo que, creo que, no estoy.
—Hombre como no va a estar usted, si yo lo estoy escuchando fuerte y claro. A ver, tosa.
—cof, cof.
—Interesante, interesante, ¿Desde cuando presenta estos síntomas?
—Desde hoy en la mañana doctor, desperté y ya no estaba.
—No se preocupe, lo vamos a curar. Pero me gustaría pedirle algo.
—Digame.
—Se acerca la fecha del congreso médico mas famoso del país y me gustaría presentar su caso, quisiera pedirle, que me dejara estudiarlo mas a fondo.
—Así que es un caso importante —intervino su esposa— deme todos los detalles del evento doctor.
En ese momento empezó una platica sobre congresos, enfermedades incurables, milagros médicos y médicos milagrosos. Y de pronto se sintió invisible.
Fue como si algo se rompiera dentro de el. Se enojó, se enojó como no se había enojado en mucho tiempo y decidió salir del consultorio. Caminó a casa.
Cuando llegó, su esposa ya se encontraba en casa. Intentó no hacer ruido pero la puerta lo delató
—¿Se puede saber donde estabas?
No respondió.
—Vamos, dime donde estabas. Creí que ahora si habías desaparecido. Me espanté cuando vimos que ya no te hallabas en el consultorio. Imagina al doctor, el caso de su carrera perdido.
Apretó los puños. Estaba realmente enojado. Era como si a ella no le importara. Estaba fastidiado. Bastante molesto. Salió de su casa con la intención de no volver jamás. Ni siquiera empacó. Tomo su teléfono celular, su cartera y se fue de su casa.
De vez en cuando pasaba por su casa. Sentía curiosidad de ver los cambios que ocurrían ahora que el no estaba. Se preguntó si realmente alguna vez estuvo.
Había perdido la cuenta de los días. Estaba seguro que habían pasado años, pero realmente no podía decirlo con certeza. Veía pasar a las personas, pero no al tiempo. Al principio se preocupo, al final le tenia sin cuidado.
Visitó su casa y le sorprendió no verse sorprendido al ver sus cosas tiradas en la basura. De alguna forma lo presentía. Sintió un poco de tristeza cuando vio álbumes de fotos, sus fotos, la evidencia de su vida. O al menos de su existencia. Tomó uno y empezó a hojearlo. Le pareció un ejercicio complicado. Para empezar, no se reconocía, no se recordaba. Segundo, no entendía en que momento decidió aceptar vivir una vida que no le gustaba. Las sonrisas eran las principales ausentes de sus fotos.
Es cierto, había lujos, fiestas, muebles costosos, pero jamás sonreía y jamás se había percatado de ello, comenzó a entender su condición. El desapareció hace años y en su lugar dejó una concha vacía.
Recorrió todos las fotografías pero no dejaban de gritarle a la cara que su vida no merecía ese nombre. Después de ver todos los álbumes, se rindió y se dispuso a irse. Se levantó del piso en el cual se hallaba sentado y al hacerlo cayó una foto al piso.
La levantó.
Por primera vez en muchos años sintió que su corazón funcionaba. Sonrió, hasta se puso nervioso.
Era una foto muy vieja pero no había olvidado el día que la tomó. Era navidad. Junto a el, estaba una muchacha. Ambos sonreían.
Mientras sostenía la foto notó que sus manos estaban sucias y su ropa descuidada. Echó a reír.
Caminó hacia un teléfono público.
—Señorita. encontré una persona perdida...